
¿Por qué Cuando estoy decepcionado ayuda a poner nombre a lo que sienten?
La primera vez que escuché hablar de Trace Moroney fue antes de tener hijos, pero nunca había leído nada suyo. Después, cuando mi hija cumplió cuatro años, lo tuve clarísimo: era el momento de buscar un buen libro sobre emociones. Encontré “Cuando estoy decepcionado” y, aunque ya teníamos alguno sobre el enfado, me di cuenta de que sobre decepciones no teníamos ninguno. Y si algo tienen los niños —como los adultos— es eso: decepciones pequeñas pero intensas.
Desde el primer momento, tanto ella como yo conectamos con el libro. Su protagonista, un conejito con pinta de peluche que vive situaciones cotidianas, no es el típico héroe infantil que lo resuelve todo a la primera. Le pasan cosas normales: alguien no cumple una promesa, pierde en un juego, espera algo con ilusión y no sucede. Vamos, lo que vivimos todos. Pero ahí está la gracia. Lo cuenta con una voz cercana, sin subirse a un púlpito emocional, y con una sencillez que no subestima a los niños.
La decepción explicada sin adornos… y sin quitarle importancia
Cuando estoy decepcionado —y que ahora entiendo por qué forma parte de una colección sobre sentimientos— es cómo logra que una emoción tan escurridiza como la decepción tenga forma, color y sentido. A través del conejito, los niños descubren que no están solos cuando se sienten mal porque las cosas no salen como quieren. Pero no se queda en un “todo pasará” de manual. Va más allá: les enseña que se puede hablar de lo que duele, respirar, pensar en lo que sí salió bien. Y sobre todo, que sentirse decepcionado no es un error ni algo que haya que esconder.
Lo que muchos adultos olvidan es que los peques no tienen el vocabulario ni las herramientas emocionales para explicar cómo se sienten. Por eso me parece clave que existan libros como Cuando estoy decepcionado. Porque un cuento no tiene por qué ser solo entretenimiento. Yo lo digo siempre: mi hija ha aprendido más de algunas historias que de cualquier explicación mía. Y este fue uno de esos casos. De hecho, todavía hoy se acuerda del libro, del conejito, y me recuerda situaciones que se parecen a las que leyó.
Leer juntos es más que un momento bonito
Hay algo que pasa cuando un libro infantil está bien hecho: no solo habla al niño, también te habla a ti. A veces lees una historia pensando que le estás enseñando algo a tu hijo, y resulta que aprendes tú. Eso me pasó con este libro. Me hizo pensar en cuántas veces yo también sentí decepción y no supe qué hacer con eso. Y vi que, al nombrar la emoción, al ponerla sobre la mesa, ya estábamos ayudando a gestionarla. No hacía falta más.
Además, el libro trae una pequeña ficha para adultos al final. No es nada pesado ni demasiado teórico, solo unas ideas para seguir la conversación, por si quieres explorar más allá del momento de lectura. Pero lo cierto es que en mi caso muchas veces ni siquiera hizo falta. Ella sacó sus propias conclusiones, relacionó lo que le pasaba con lo que el conejito contaba, y eso es precisamente lo que convierte a este cuento en algo más.
Desde que lo descubrimos, he seguido buscando libros que hablen de emociones de verdad, sin edulcorar ni disfrazar. Y tengo claro que seguiré haciéndolo incluso cuando llegue la adolescencia. Porque si algo nos enseña “Cuando estoy decepcionado” es que todas las emociones caben en un cuento… si se cuentan bien.
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- Nos tratamos bien: un cuento sencillo y directo para enseñar respeto y empatía en el día a día.
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