
Buenas noches, luna: por qué sigue funcionando después de 70 años
En medio de tantos cuentos con colores intensos y personajes que no paran quietos, Buenas noches, luna se siente como una pausa. Una de esas que invitan a respirar hondo. Este libro, escrito en 1947 por Margaret Wise Brown e ilustrado por Clement Hurd, no presume de nada, pero consigue mucho. Brown entendía algo que muchos autores pasan por alto: cómo piensan (y sienten) los niños pequeños. Y no lo demuestra con fuegos artificiales, sino con ritmo, repetición y una ternura justa, sin empalagar. No escribió pensando en impresionar a adultos, y eso, en el fondo, es lo que hace que este cuento funcione tan bien para los niños.
Cuando lo leí por primera vez con mi hija, pensé: “Bueno, esto nos dura dos noches y a otra cosa”. El conejito se despide de una lámpara, una vaca, una cuchara… fin. Pero no. Algo pasó. Esa estructura sencilla, casi hipnótica, comenzó a formar parte de nuestra rutina. Mi hijo repetía frases, señalaba los dibujos, anticipaba lo que venía. El libro pasó de ser uno más en la estantería a convertirse en el que pedía cada noche. Y lo mejor: no me costaba repetirlo.
Las ilustraciones… bueno, tienen su encanto. Pero si las miras con ojos de adulto (o de diseñador), ese verde fosforito de fondo no es precisamente relajante. Y si tú, como lector, buscas historias llenas de acción o enseñanzas profundas, puede que este libro te parezca corto, incluso monótono. Pero para los niños, esa previsibilidad es puro confort. Les da seguridad, les marca el final del día, les dice que todo está bien.

Lo sencillo también cuenta
Brown no necesitó inventar mundos fantásticos ni meter moralejas entre líneas. Le bastó con observar a los niños y escribir desde ese lugar. El resultado es este pequeño ritual ilustrado, donde despedirse de una cuchara, una vaca o una luz encendida se convierte en algo casi mágico. Y no porque lo diga el libro, sino porque los niños lo sienten así.
En casa, el momento “buenas noches” se volvió una especie de coreografía. Mi hijo se adelantaba a las frases, las decía antes que yo, se despedía con una seriedad encantadora. Algunas noches lo cambiamos por otros cuentos, claro, pero siempre volvemos. Y aunque yo ya me sepa cada palabra, cada pausa, no me molesta repetirlo. Es breve, es suave, y tiene ese algo difícil de explicar que calma a todos.

¿Quieres conocer al conejito que cada noche se despide de su mundo?
Puedes echarle un vistazo aquí:
No es moderno. No grita para llamar la atención. Pero tiene algo. Algo que funciona.
¿Tienes un cuento favorito para la noche? Me encantará leerte.
Una idea bonita para después del cuento…
Después de leer Buenas noches, Luna, apagamos la luz y… ¡las estrellas empiezan a brillar en la habitación! Si a tu peque le gusta soñar con el cielo, la luna y las estrellas, estas pegatinas fosforescentes pueden ser una forma preciosa de seguir con la magia antes de dormir.


Otros cuentos que encantan por su ternura y sencillez:
Un beso antes de dormir – Una historia delicada que convierte el momento de acostarse en un ritual lleno de ternura. Perfecta para cerrar el día con suavidad.La ovejita que vino a cenar – Un cuento divertido y entrañable sobre el miedo, la amistad inesperada y cómo los prejuicios se pueden derretir con cariño.
¿A qué sabe la luna? – Un relato con sabor a infancia, que habla de sueños, cooperación y ese deseo tan simple como universal de alcanzar lo imposible.
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